Jhonny Jiménez, líder de la comunidad aborigen del barrio Don Bosco, en Soledad. (Foto Carlos Capella)
Para 48 nativos, Soledad sigue siendo una tierra inhóspita. Historia de un grupo arhuaco a propósito del Día de la Raza.
Trece años después de huir de la Sierra Nevada de Santa Marta, Jhonny Jiménez dice que aún no se acostumbra a la vida citadina que los grupos al margen de la Ley lo han obligado a vivir desde entonces a él, su esposa y su padre.
“No fue fácil venirnos desde nuestro territorio, donde lo tenemos todo, para llegar aquí, donde lo que hay es necesidad”, dice a sus 35 años, sentado a las afueras de una maloka, en el barrio Don Bosco de Soledad.
Jhonny es uno de los líderes de los 48 aborígenes, originarios de las etnias Arhuaca, Kogui y Arsaria, que viven en este barrio soledeño lleno de pobreza, vías en mal estado y montañas de basura.
Julio Jiménez mambea su poporo como parte de sus ritos tradicionales. (Foto Carlos Capella)
El papá de Jhonny, Julio Jiménez, y miembros de otras familias construyeron hace 13 años cinco malokas para intentar recrear un poco el estilo de vida que tenían en el asentamiento Caracolí, Sierra arriba. A diferencia de los bohíos de barro que tenían en la Sierra, los soledeños están hechos con cemento.
Recién llegado a Soledad con su hijo de seis meses, Jhonny recuerda que el comienzo en Don Bosco no fue fácil para él ni para su gente porque los vecinos tenían la idea de que eran seres salvajes. “Creían (y siguen creyendo) que no teníamos educación o que no hablábamos español. Hay muchas ideas falsas sobre nosotros”, se lamenta este hombre al que la tierra de la butifarra le ha dado dos hijos más.
La mayoría de miembros de esta comunidad visita cada 15 días la Sierra para reencontrarse con sus familiares y buscar lana de ovejo virgen, materia prima para tejer las mochilas que les dan con qué comer en la ciudad.
Una de las situaciones a las que más se ven enfrentados los arhuacos, en el barrio Don Bosco, es a tener que dejar en la Sierra Nevada la comida que sus familiares tienen para darles.
Julio Jiménez explica que, aunque sus seres queridos compartan con ellos la cosecha, no tienen dinero para traerla hasta sus casas en el municipio. “Muy pocas veces uno trae cosas de la Sierra. Cuando se está allá se tiene la yuca, el marrano. Volviendo aquí todo falta”, dice Julio.
Jhonny y su familia no descartan el regreso a la Sierra Nevada para reencontrarse con la Madre Naturaleza, pero aún no saben si los mismos que los obligaron a dejarla años atrás podrían convertirse otra vez en una amenaza para sus vidas.
Mantienen sus creencias
Vivir en Soledad no ha cambiado en nada las creencias de los arhuacos. Eso dice Julio Jiménez, aborigen de 63 años. Él y su hijo, Jhonny Jiménez, mantienen intactas las costumbres que aprendieron en la Sierra Nevada.
Una de las costumbres que no han perdido es el ‘mambeo’, es decir, frotar un calabazo con hoja de coca seca para representar a través de estos elementos sus pensamientos, que serán leídos por un mamo. El guía espiritual sabrá así cómo ha sido el comportamiento reciente de los miembros de su etnia.
Jhonny dice que dado el calor agobiante de la ciudad tuvo que cortarse el cabello y por eso no se ha colocado su atuendo arhuaco en los últimos días porque, de acuerdo con su código de vestuario, debe utilizarlo manteniendo su cabello largo. “Para nosotros quienes tienen el pelo corto son los blancos, no los de nuestra comunidad”, anota.
Jhonny, que se dedica a la comercialización de mochilas en la ciudad, dice que éstas siguen siendo tejidas por las aborígenes que viven en el barrio Don Bosco.
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