domingo, 7 de noviembre de 2010

Niños en medio de la ola invernal son quienes más sufren en Barranquilla


Foto de Óscar Berrocal.
Historias de algunos menores sufriendo en esta ola invernal. Mayor hacinamiento, infecciones cutáneas y problemas respiratorios, entre las otras amenazas que trae consigo el mal tiempo por estos días.

Un niño de no más de cuatro años, con pantalón azul, zapatos negros, medias blancas y torso al aire, camina con maestría por los escombros de la que era la calle 63C entre carreras 9 y 10, en el barrio El Bosque.

Con su barriga grande, el infante se divierte en medio de la tragedia bajando y subiendo, una y otra vez, la montaña de materiales en la que quedaron reducidas las viviendas que se desplomaron en este sector.

Con la inocencia propia de su edad, el menor es ajeno a los estragos que la ola invernal ha dejado en su barrio. Igual de inocente, pero sufriendo quebrantos de salud, vive por estos días la hija de Leinis Montes.

La niña de seis años está aún más hacinada que de costumbre en una casa de menos de 40 metros cuadrados en la calle 64 con carrera 9. Bajo el mismo techo comparte espacio con su mamá, su papá, sus cinco hermanos y la familia de una tía. Además, desde hace una semana llora por los hongos que le han salido en sus pies.

Leinis, su mamá, explica que con las casas desplomadas las alcantarillas se han desbordado y con ellas las aguas servidas no han dejado de empozarse en las calles.  Con la pomada que le consiguió en una farmacia ha logrado mitigar en la pequeña sus continuas ganas de rascarse con las uñas.

Las enfermedades físicas no han sido los únicos estragos que padecen los niños damnificados por el invierno. El estrés también está presente.

El tornado del 22 de septiembre, por ejemplo, no sólo dejó 116 casas destechadas en Rebolo. Las mellas de Sandra María Polo presenciaron a sus seis años el desastre en el que quedó convertida su casa, en la calle 33ª con carrera 6. También fue testigo la niña de cuatro años de la familia Rodríguez. Esta última, a diferencia de las primeras, tuvo que pasar la noche siguiente a la tragedia en medio del caos, mientras sus padres lograban entechar y poner todo en orden.

A 10 casas, el niño de 11 meses de la familia Meza también durmió en condiciones inhóspitas esa misma noche. Mientras estaba acostado sobre una colchoneta, un chorro de agua le cayó en la cabeza después de que las gotas de lluvia rompieran el plástico que hacía las veces de techo. El menor comenzó a respirar con dificultad y necesitó atención médica de emergencia, recordó Ovidio Meza, su abuelo.

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